Con el sol entre los brazos, la lluvia en los pies, y el reloj en la cabeza, le pedí que no se vaya. Con la campera en el hombro izquierdo, con mi mano en su mano le pedí que no se vaya. Con ganas de abrazarla, con miedo a reirme, con ganas de un sí, le pedí que no se vaya. Con los pies empapados, con la cabeza perdida, con los brazos abiertos, le pedí que no se vaya. Con el frio de un veinte de Junio en Palomar, con sus ojos en los mios, con su nariz en Bogotá, con su boca en Zúrich, le pedí que no se vaya.
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