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La situación era clara. La lluvia caía y el sol se asomaba, el arcoiris se empezaba a pintar y los arboles se movían como nunca. La miraba desde lejos, esperaba un abrazo, o un estornudo, una foto, o un cartel de despedida. Miraba los colores del cielo (me contó que predominaba el amarillo y que algunas nuves eran violeta) y se secaba las gotas de la cara, cuando gritó su nombre, levantó sus brazos y le sonrió al atardecer. Corrió y corrió (dijo que en verdad no tenía ganas de dejarla ir), corrió y corrió, corrió y corrió, hasta perderse en el naranja violaceo del cielo.
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