lunes, 28 de diciembre de 2009

Ahora cruzaba las calles de Buenos Aires con estos gritos adentrados en el alma. Calor de fiebre me subía a las sienes; olíame sudoroso, tenía la sensación de que mi rostro se había entosquecido de pena, deformado de pena, una pena hondísima, toda clamorosa. Rodaba abstraído, sin derrotero. Por momentos los ímpetus de cólera me envarraban los nervios, quería gritar, luchar a golpes con la ciudad espantosamente sorda... Y súbitamente todo se rompía adentro...

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