sábado, 29 de agosto de 2009

El sendero nos llevaba hacia ese árbol poblado de flores rojas, rojas como el cielo, como el pasto y las vacas. Solo teníamos que treparlo y desde ahí podíamos observar toda la ciudad. No, no era una ciudad, era un pueblo, un pueblito. Era hermoso pasar días y días sentados en esa rama que siempre y día tras día amenazaba a caerse. Mirar el cielo de distintos colores, a veces azul, a veces gris, violeta, rosa o amarillo.
Es extraño hoy caminar por ese sendero, esos doscientos metros sin mirar a mi costado. Ver su sonrisa, el brillo en sus ojos (brillaban mucho) y su corto cabello que se movia con el viento de las mañanas. Ahora es un poco triste deambular por esos pagos. Pero lindo a la vez, triste por lo que nombre anteriormente, lindo porque recordarla no me hace ningun mal, me hace bien recordar esos dias, esas semanas, esos tiempos en los que era tan feliz a su lado, y nada me importaba mas que ella, ese árbol y los colores del cielo.

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